Una nueva versión del “adivina qué”

Hoy os vamos a proponer uno de los juegos más clásicos y tradicionales para pasar una divertida tarde con niños. El de “adivina qué”. Es un juego que muchos peques ya practican en guarderías y escuelas infantiles por ayudarles a aprender más cosas sobre sus propios sentidos, pero parece que pasados los 3 años nos olvidamos de que existe y lo obviamos por completo a pesar de que sigue siendo una experiencia fantástica para hacer con los peques de la casa.

Pero ¿qué novedad voy a incluir yo que pueda haceros más interesante el juego a vosotros? Pues una pequeña variante para adultos que probamos el otro día en casa y que resultó ser toda una sorpresa para los sentidos.

La preparación del juego

Imaginad la situación, tarde lluviosa, niños aburridos como ostras sin saber ya qué hacer y los padres casi que también, viendo la tele simplemente por hacer algo, pero nada interesante. Al final, y porque ya no aguantaba más los “me aburro de mi hija de 5 años”, opté por proponer el juego de marras donde toda la familia tenía que participar.

Para quien no sepa cómo va el juego paso a explicarlo de la forma más sencilla. Un “maestro” es quien debe preparar tres pruebas para cada participante que son, básicamente, tres alimentos distintos que deberán oler y probar para adivinar qué es exactamente lo que están comiendo. Quien obtiene los tres puntos gana, y quien no obtiene los tres puntos ya tendrá más oportunidades para conseguirlos (en casa nunca pierde nadie).

El problema es que, lógicamente, mi marido no tenía muchas ganas de jugar a “adivina qué” así que mientras yo preparaba los 9 cuencos de alimentos (tres por participante menos yo que era “la maestra”) él preparó dos copas de un Laudum que abrió para intentar animar un poco la fiesta. Y es que desde que hemos decidido pasar más tiempo en casa en familia, por culpa del coronavirus de las narices, estamos haciendo muchas más cenas románticas los fines de semana y para ello, cada vez compramos un vino diferente. Esta semana le tocó el turno al Laudum de Bodegas Bocopa, y ya le tenemos echado el ojo aun Rioja para el sábado que viene.

Los alimentos:

  • Para mi hija Henar: gajos de mandarina, chocolate líquido, tomate frito.
  • Para mi hijo Pablo: zumo de naranja, un trozo de patata asada que sobró de la comida, azúcar.
  • Para mi marido: un trozo de cebolla en vinagre, harina de maíz, whisky.

Intenté adaptar un poco los alimentos a lo que ellos conocen, obviamente no les voy aponer un trago de whisky a los niños pero pensé que en mi marido sería divertido ver la reacción.

El participante se sienta a la mesa, se venda los ojos y yo coloco los tres cuencos frente a él. Poco a poco va oliendo y probando los alimentos.  Aquí nosotros introdujimos una variante, y es que si alguien acertaba el alimento solo con el olfato, sin llegar a probarlo, se llevaría dos puntos.

Como siempre, el juego se llenó de risas en cuanto empezó Henar a probar las cosas. Acabó con más chocolate sobre el baby (menos mal que se lo puse) que en la boca, y ya no os cuento dónde acabó el tomate frito porque la realidad es que no sé cómo narices consiguió probarlo ella y que el perro se pusiera también las botas con todo lo que cayó al suelo y sin mancharse ni un poco los pantalones.

Con Pablo todo fue similar. Nosotros muertos de la risa y él  manchándose más que otra cosa, pero lo realmente divertido llegó cuando probó el azúcar y en lugar de meter un dedito en el cuenco y probar el alimento así, decidió abocarse todo el cuenco como si fuera a beberse un consomé caliente. El caso es que acabó entrando demasiada azúcar en su boca y, obviamente, se atragantó, empezó a toser mientras se reía, y acabamos todos llenos de azúcar. A lo largo de esta semana, si veo hormigas por el suelo del salón, ya sé por qué habrá sido y quién es el único culpable, o más bien la única culpable: yo, por habérseme ocurrido ponerle azúcar en ese maldito cuenco.

Y luego le tocó el turno a mi marido quien, misteriosamente, perdió el olfato y le costó tanto adivinar la harina y el whisky (solo tuvo clara la cebolla en vinagre) que pensé que había pillado el Covid19. En serio, me llegué a asustar porque no había manera y, si hubiera sido solo con la harina, no habría sido tan importante, pero ¿no había podido distinguir tampoco el whisky ni por olor ni por sabor? Hasta que una luz vino a mi mente, se me encendió la bombilla como se suele decir: el vino.

En más de una ocasión he leído que beber vino puede cambiar el sabor y el olor de los alimentos, y viceversa por supuesto, así que hice la prueba yo misma, probé el whisky, a palo seco, luego bebí un par d sorbos de vino (despacito como la canción), y volví a probar el whisky. El resultado fue esclarecedor, no tenía un sabor ni parecido al que había probado en el primer sorbo, antes de beber vino, y mi olfato se había vuelto tonto porque tampoco era capaz de oler mucho más allá de la propia fragancia a alcohol puro y duro, sin más aromas, sin nada más que me diera una distinción.

El nuevo juego

Aquí es cuando llegamos a la conclusión de que, para los adultos, se podía incluir la variante del vino como un añadido al juego, incluso pensamos que podría convertirse n un juego picante pero obviamente no ahora, con los niños.

Volvimos a preparar todo para una nueva partida pero, esta vez, yo hice de maestra con ellos tres y mi marido hizo de maestro conmigo, para que todos tuviésemos oportunidad de participar, los adultos con vino incluido.

Es impresionante como puede cambiar el sabor de ciertas cosas solo por beber una copa de vino antes y aunque lo sepamos, porque lo hemos escuchado por ahí mil veces no sabes lo impresionante que es hasta que lo compruebas tú mismo.

Y con el olfato, ocurre algo muy similar, aunque se percibe menos y por eso quisimos ponerlo más complicado aún: jugamos con colonias y perfumes. Obviamente eso no íbamos a probarlo, pero fue toda una sorpresa comprobar cómo somos capaces de reconocer ciertos aromas a los que estamos más que acostumbrados.

Mi hija, tal vez por mi culpa ya que adoro que siga teniendo ese olor infantil que caracteriza a los niños muy pequeños, solo usa una colonia de bebé concentrada que recuerda mucho a la típica fragancia de Nenuco.

Mi hijo, tiene dos colonias infantiles, una de Rayo McQueen, el coche protagonista de la película de Disney “Cars”, y otra que le regaló su tía que me parece de demasiado mayor pero que a él le encanta y usa en eventos especiales, como la boda de mi sobrina que fue hace un par de semanas. Se trata de Invictus, de Paco Rabanne.

Mi marido tiene solo un perfume, el de siempre, Hugo Boss.

Y por último estoy yo, que adoro los perfumes y como no me puedo comprar 20 porque son carísimos lo que hago es recurrir a las fragancias de equivalencia y algún que otro perfume económico. Normalmente las imitaciones suelen tener grandes defectos en aromas, no son iguales ni mucho menos al original, pero en esta tienda online de perfumes de imitación baratos encontré algunas copias que son una maravilla. El caso es que entre mis fragancias de equivalencia y los dos o tres perfumes que tengo de Avon debo tener un total de 15 perfumes diferentes.

Este nuevo juego se preparó de la siguiente manera: pusimos todos los frascos en la mesa y cada vez uno de nosotros se tapaba los ojos con el pañuelo que ya teníamos preparado desde la primera ronda con los alimentos. El resto de nosotros elegíamos tres de esos perfumes y le dábamos a oler, uno por uno, al “concursante” que estaba jugándose los puntos de partida en ese momento y, por supuesto, tenía que adivinar qué perfume era.

Para hacerlo más sencillo dábamos un punto por decirnos de quién era el perfume, y dos puntos por decirnos el nombre del perfume y ¿sabéis qué descubrimos? Que con mis hijos y mi marido era mucho más sencillo acertar pero no porque tuvieran menos perfumes entre los que elegir sino porque tenemos asociados esos olores a su persona. Conmigo, sin embargo, el olor de un perfume no evocaba mi recuerdo porque tiendo a cambiar demasiado de fragancia todos los días y eso ha provocado que no haya un olor especial que me identifique.

Y, por supuesto, mi marido y yo pudimos volver a comprobar cómo cambiaban los aromas de los perfumes para nosotros, de una partida a otra, dependiendo del número de copas que llevábamos encima.

Conclusión: este juego con vino es mucho más divertido para los adultos, aunque hay que tener cuidado porque se sube todo pronto a la cabeza.

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