Un análisis feminista de las alabanzas a la maternidad

Últimamente no dejan de salir artículos en diferentes medios de comunicación hablando sobre el estrés que sufrimos las madres, el cansancio que acumulamos a lo largo del día o lo mucho que trabajamos diariamente para sacar a nuestra familia adelante, pero ¿acaso es algo nuevo? Llevamos siglos haciéndolo y es como si ahora haya estallado la burbuja y todo el mundo se haya dado cuenta. Valiente hipocresía. Cuando conviene somos “superheroinas” y cuando no conviene simplemente «hacemos lo que haría cualquier madre».

Vamos a dejar las cosas claras: todas las madres no hacen lo mismo y no hay que ser extremista en ningún caso. Si yo decido sacrificar mi sábado libre en pro de mis hijos, o mis horas de sueño, es cosa mía, y no soy ni mejor ni peor que aquella mujer que decidió dormir dos horas más porque, queridos lectores, la mayoría de nosotras somos buenas madres, no esclavas de nuestros hijos. Hay una gran diferencia.

Cada día, al levantarme, tomo estas vitaminas para el cansancio físico, y no las tomo para poder seguir dando más de mí a los demás, sino porque me hacen sentir mejor al final del día. Puede parecer similar pero os aseguro que no es lo mismo.

Ni teatros ni víctimas

Hace un par de meses escuche la conversación de una madre en la que se daba “golpes en el pecho” diciendo lo sufrida que es, a lo que yo me pregunto ¿es necesario? Yo he tenido hijos para cuidarlos, respetarlos, educarlos y vivir una experiencia maravillosa: ser madre; pero no he tenido hijos para sufrir ni para convertirme en una víctima sufridora tipo Santa Teresa de Jesús, mártir de mártires. Si mi hijo quiere salir a jugar al parque, sí o sí, y yo estoy demasiado cansada como para acompañarlo, no me voy a tomar una de esas vitaminas con el fin de aguantar un poquito más y cumplir su requerimiento, le explicaré que necesito descansar y que al día siguiente, o cuando sea posible, iremos al parque a jugar un rato, y luego me tomaré las vitaminas para encontrarme mañana un poquito mejor. Si mi hijo se despierta en mitad de la noche con una pesadilla iré corriendo a su cuarto a abrazarlo, pero no porque “es lo que harían todas las madres”, sino porque es lo que hago yo, y si esa noche no puedo pegar ojo por culpa de sus pesadillas, tendré que descansar un poco al día siguiente. Parece simple y obvio pero no lo es, porque luego hay quien nos ve durmiendo la siesta mientras el niño mira televisión y nos acusa de ser unas dejadas, malas madres, o poco sacrificadas: No, señor, es que ayer no dormí ni dos hora porque el niño veía monstruos en su habitación y ahora necesito descansar aprovechando que está entretenido viendo la tele.

Una vez al mes, como mínimo, visito la Clínica Óscar Díaz, un centro osteópata en Alicante donde recibo unos masajes terapéuticos estupendos  y no me siento culpable por dedicarme ese tiempo a mí y sólo a mí. Y, del mismo modo, no pretendo que se me trate como a una heroína por trabajar, cuidar de mis hijos, y hacer tareas del hogar ¿sabéis por qué? Porque a mi marido le demando exactamente lo mismo: que trabaje, cuide de sus hijos y realice tareas del hogar. Eso significa que, o los dos somos muy sacrificados y héroes del día a día, o los dos somos muy malos padres.

Si no queremos seguir viviendo una desigualdad que se hace patente cada día en los medios de comunicación, dejémonos de alabanzas y críticas a nuestras acciones porque, simplemente, si ambos progenitores tuvieran las mismas obligaciones, no serían necesarias.

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