Que la joyería es uno de los productos más socorridos para regalar en cualquier ocasión lo sabemos, más que nada porque todos y cada uno de nosotros hemos recurrido a ella en alguna ocasión, pero lo interesante de todo esto no es que nosotros, occidentales y desarrollados lo hagamos, sino que lo haga todo el planeta, en la medida de sus posibilidades, igual que lo hacíamos hace siglos, muchos siglos.
Hace poco fue el día de la madre, y joyerías como Coseta, donde compré el regalito de la mía, venden en un par de semanas lo equivalente a dos o tres meses de beneficios. Todos estos detalles que compramos, o la gran mayoría, tienen como motivo principal proclamar que la persona a la que le regalas la joya es tu madre, y por eso aparecen palabras en medallas o pulseras grabadas del tipo: a la mejor mamá, o simplemente la palabra “mamá” adornada con otros motivos estéticos. Todo esto me hizo empezar a darle vueltas a lo que es la joyería en sí porque mucho antes de que la sociedad le diera valor económico a lo que ahora consideramos metales preciosos o a las piedras, nosotros como humanos ya llevábamos collares, pulseras y otros adornos tal y como hoy en día hacen algunas tribus de la amazonia o África.
Y ese es el valor que deberíamos darle a las cosas, el valor simbólico de lo que significan o nos recuerdan y el valor de la estética por el mero hecho de que algo nos guste, no por lo que valga o cueste (que no es lo mismo) ya sea una prenda de ropa de una reconocida firma o una joya carísima de oro de 24 kilates y diamantes.
Collares como trofeos
Algunas tribus utilizan cordones, normalmente fabricados con algún producto natural de la zona o piel de animal, para colgar sus trofeos que pueden ir desde piezas dentales procedentes de animales cazados hasta plumas u otros artículos que simbolicen la victoria de una batalla, ya sea física o moral, sobre otra persona e incluso sobre sí mismo como una lucha interna. Incluso hay mujeres que cuelgan trofeos de sus collares cada vez que dan a luz a un bebé ya que para ellas, y toda su tribu, es una batalla más que han ganado en la vida.
Este tipo de joyería está muy vinculada en realidad a la joyería actual. De hecho, hoy en día muchos pescadores llevan colgando de su cuello el colmillo de un tiburón que tuvieron que matar para sobrevivir o que pescaron a caña luchando por su vida. Es un collar trofeo, como los de las tribus originarias del Amazonas, África, Asia o India, y es solo un ejemplo de cómo ha llegado esta tradición hasta nuestros días.
Tal vez hoy por hoy no tengamos costumbre de colgarnos la oreja de un conejo cuando los cazamos para comer (o lo compramos en la carnicería), aunque sí lo hacen los toreros cuando cortan orejas y las guardan como trofeo, ya sea disecadas o en cualquier otra forma, pero lo que sí hacemos es regalar piezas de joyería cuando alguien consigue algo que lleva tiempo intentando lograr, por ejemplo, el día de la graduación.
No es de extrañar que cuando un joven acaba la carrera y se convierte en enfermero, médico, veterinario, periodista o profesor por decir algunas posibilidades, su familia le regale una medalla o incluso una pulsera con colgantes tipo Pandora que simbolizan diferentes momentos de su vida. ¿Y que son esas piezas sino trofeos? También podemos optar por guardarlos a modo de recuerdo pero el hecho de que nos la regalaran por haber conseguido algo o para rememorar que hemos ganado una batalla en nuestra vida ya convierte a esa joya en un trofeo especial.
Adornos identificativos
Y eso no es todo. La joyería ha servido, a través de los siglos, a muchas personas para identificarse de un modo u otro. Tal vez, lo más característico ha sido diferencias a los hombres y mujeres casaderos de los que no lo son.
Muchas tribus utilizan collares y ornamentos de determinados colores cuando son hombres y mujeres solteros/as y pasan a utilizar otros colores justo después de contraer matrimonio. Es una forma de identificar a quien está disponible de quien no. Gracias a los dioses del Olimpo esto es algo que actualmente no se suele hacer en occidente pero sigue siendo muy común en muchas partes del mundo.
Y del mismo modo en que nos podemos identificar de este modo y en este nivel, directamente hay tribus que se identifican por sus joyas como los conocidos Masai, cuyo colorido no pasa desapercibido y donde cada tipo de collar puede significar una cosa diferente.
Los Masai tienen una joyería muy desarrollada pero realmente hay otras tribus que dentro de sus posibilidades crean verdaderas obras de arte con los productos que la naturaleza les da, es decir, con todo lo que tienen verdaderamente a mano.
El valor de la joya
Pero todas estas joyas, como ya adelantábamos previamente, no tiene un valor económico real, a no ser que valores el buen trabajo hecho a mano y realmente pagues por un collar las horas que una persona se ha dedicado a crearlo. Y es que el material con el que está fabricado no tiene valor económico, porque nosotros no queremos que lo tenga.
Básicamente, lo que más valor tiene para la sociedad actual en cuánto a joyería se refiere, es aquello que más cuesta conseguir y que mayor limitada tiene la producción.
Por ejemplo, el oro es un mineral que se extrae de la tierra, y es un metal precioso, de ahí que tenga un valor económico bastante elevado y sean muchos los que se dedican en cuerpo y alma a sustraerlo de la tierra, no obstante no es el metal más caro de planeta, ya que conseguirlo no es tan costoso como el rodio, por ejemplo.
¿Y por qué el rodio es tan caro? Pues básicamente porque es muy limitada su existencia. Una tonelada de corteza terrestre contiene a penas 0.001 gramos de rodio, de hecho es tan escaso que no existen minas de rodio como tal, sino que se obtiene como subproducto en la extracción de otros metales como el platino o el níquel. En joyería solo se utiliza para hacer más resistente al oro o la plata, pero hablamos de un uso muy exclusivo aunque últimamente está muy de moda hablar de plata rodiada, es decir, plata recubierta de un baño de rodio que, por supuesto no es rodio puro, sino una mezcla o aleación especial que confiere a la joya un acabado de alta calidad.
En otras palabras, cuanto menos cantidad de algo hay en el mundo y más difícil sea conseguirlo más caro será. Es la ley de la oferta y la demanda, si hay muchos plátanos el precio de esta fruta cae en picado pero si su producción se ve mermada por algo, entonces los pocos plátanos que haya en venta tendrán un precio carísimo y solo podrán acceder a ellos cierta parte de la sociedad, la parte más adinerada claro está.
Pues con los metales y piedras preciosas pasa algo similar y debido a eso se supone que los collares fabricados con materiales que podemos encontrar en cualquier país, o casi cualquier país, son materiales poco valiosos, así de simple.
Ante esto, y cómo ha derivado la joyería en sí, ¿no deberíamos plantarnos, al menos lo que tenemos uso de razón, y dar más valor al orfebre, al que trabaja con las manos y al que pasa horas metiendo cuentas de colores que a las cuentas en sí o al material con el que estén fabricadas? Tal vez sea algo idílico pero en la historia de la humanidad lo hemos hecho millones de veces y solo en algunas etapas, y ahora, estamos anteponiendo el metal precioso al trabajo o la estética de la joya. Cambiemos el chip, ¿no?