Cuidado con las herencias

Juan falleció de golpe, volvía a casa del trabajo y ya a punto de entrar en el garaje, un vehículo lo enviste, provocándole un fuerte golpe en la cabeza y la muerte inmediata. Afortunadamente no sufrió, ni se enteró, decían. Dejaba una mujer joven, Ana, apenas tenía 28 años y un niño pequeño, Daniel.

A pesar de la corta edad de Juan, 32 años, había conseguido reunir una gran fortuna y varias propiedades, gracias a los beneficios generados por su propia actividad profesional, Juan había recibido una herencia tras la muerte de sus padres, personas de alto poder adquisitivo y relacionadas con personalidades de las más altas esferas. Así que Ana y Daniel no iban a tener ningún tipo de problema económico en su vida, a no ser claro que jugasen muy mal sus cartas, y muy mal las tendrían que jugar porque la cantidad heredada era bastante suculenta.

En casos como este, aunque el dolor y la tristeza son indescriptibles, no tienen que hacer frente a dificultades añadidas, casi siempre económicas y que tienden a empeorar, si cabe, la situación. En ocasiones, las parejas no cuentan con una solvencia económica como el de esta pareja, existe un cónyuge anterior y/o unos hijos o hijas frutos de una relación en el pasado que pueden dificultar el proceso, o simplemente que la herencia no consista más que en un montón de deudas a las que el heredero o heredera habrá de hacer frente.

El caso de Adriana, fue uno de estos casos en los que todo, absolutamente todo sale mal, ya que no sólo perdió un marido, sino que además tuvo que enfrentarse a una nueva realidad que desconocía, la mentira.

El caso de Adriana

Guillermo falleció de un paro cardíaco. Su elevado peso, su mala alimentación y la falta de ejercicio, por no hablar del tabaco y el alcohol, habían hecho mella en su salud. Los médicos le habían aconsejado cambia de hábitos de manera inmediata si no quería adelantar la hora de su muerte. Como siempre, Guille no hizo caso, él siempre sabía más que nadie, y el vino, como no, era un eficaz medicamento que servía para todo.

Guille era abogado, de familia también adinerada (aunque de ninguna manera como la de Juan), y en principio todos suponían que la situación económica de éste era bastante holgada, pero nada más lejos de la realidad. Guillermo estaba arruinado. Su afición al juego le había llevado a perder toda su fortuna, pero su estilo de vida no había cambiado ni un ápice. Y mientras iba acumulando deudas y más deudas

Nadie sospechaba que Guille había tocado fondo, y mientras los engañaba a todos y a todas, su nivel de estrés no paraba de crecer. Incluso puede que también haya deteriorado su salud hasta el punto de provocarle el infarto.

Sólo su hermano, Javier, estaba al tanto de todo, así que avisó a la viuda, Victoria, advirtiéndole que tuviera cuidado con el tema de la herencia, porque probablemente se encontraría con importantes deudas. Le contó todo y después de llorar como una magdalena (otra vez), Victoria se dirigió al bufete que le había recomendado su cuñado, Durán y Durán, abogados especialistas en aceptaciones de herencias, donde le explicaron que lo que caracteriza, de manera fundamental, al heredero, es que responde de las deudas del difunto, a diferencia del legatario, y de ahí la importancia que tiene saber qué es y cómo se produce la aceptación de una herencia, pues una vez aceptada, las consecuencias pueden ser muy perjudiciales para el heredero (el heredero responde con su propio patrimonio de las deudas del difunto). Por suerte, su abogado especialista en aceptación de herencia le ayudó, asesorándola y apoyándola, tras una entrevista para conocer todos los pormenores de la situación y así, obtuvo toda la información necesaria para tomar tan importante decisión, es decir, si aceptar la herencia o no. La separación de bienes que habían hecho antes del matrimonio la eximía de toda responsabilidad.

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